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Hitler en África. The New York Times. Opininión Internacional.

    Los habitantes de una ranchería de chozas de adobe con techo de palma me dijeron que habían matado a tiros a un miembro de las brutales milicias janjaweed y señalaron su cadáver. Avancé para mirarlo y se abrieron sus ojos. Era un adolescente, quizá de unos 16 años, derribado a tiros cuando él y otros cuatro saqueadores atacaron la ranchería ubicada en la frontera entre Chad y Sudán. La mayoría de estas aldeas están desarmadas y es fácil para los miembros de los janjaweed árabes matar, violar y saquear con impunidad mientras gritan epítetos racistas a las tribus de africanos negros a las que atacan. Sin embargo, alguien en esta aldea tenía un AK-47 y lo usó para repeler el ataque.

El muchacho en el suelo era bajito y usaba ropas viejas y muy sucias. Me siguió con los ojos por 10 segundos y después los cerró quejándose suavemente. Le habían disparado en la cintura y no podía moverse.

Los brutales janjaweed, armados y pagados por el gobierno sudanés, se han involucrado en una campaña genocida para destruir aldeas en la región de Darfur. Sudán, envalentonado por la debilidad de la comunidad internacional, envía atracadores a que ataquen a las mismas tribus en el vecino Chad.

Los aldeanos prometieron no matar al muchacho (se indignaron de que yo pensara que podrían hacerlo), y prometieron entregarlo al gobierno. Entonces me mostraron a alguien aún más interesante: otro joven janjaweed capturado que pudo contar su historia.

El joven estaba atado en una choza. Tenía una cortada sangrante en la frente donde le habían dado con un machete, y parecía que podría perder el ojo, pero pudo responder con facilidad mis preguntas.

“Me llamo Isak Muhammad”, empezó. “Tengo 21 años”. (Se pueden encontrar los videos de él, del chico al que dispararon y otras escenas de mi viaje por la frontera entre Chad y Sudán en www.nytimes.com/kristof).

A Isak no lo motivó la aversión racista hacia la tribu Wadai ya que él mismo es un wadai. Dijo que un líder de milicia simplemente prometió a los atracadores 250 dólares si lograban matar al jeque, como una forma de aterrorizar a los aldeanos y obligarlos a irse.

¿De dónde sacó el líder de la milicia el dinero? Casi seguro del gobierno sudanés.

Así que el genocidio no solo está dirigido por el odio, sino también por mercenarios oportunistas. Considérese al fundador de los janjaweed, el jeque Musa Hilal, un feroz nacionalista árabe que ha mostrado un vigor particular para asesinar miembros de la tribu Zaghawa. Según una amistad de tiempo atrás de Musa, la propia madre del jeque es zaghawa.

Como en Ruanda, o en el holocausto europeo, las ideologías racistas a veces ocultan avaricia, inseguridad y otras patologías. Uno de los objetivos del genocidio en Sudán es expulsar a las tribus africanas para conseguir lo que Hitler llamaba lebensraum: el espacio vital para los árabes nómadas y sus camellos. Así que esta aldea simplemente es una ventana a toda una región inmersa en el temor. Los hombres andan por ahí con lanzas y machetes hechos en casa, y los padres amarran amuletos alrededor del cuello de sus hijos.

Cuando abandonaba la aldea, me encontré con un grupo que andaba tras el rastro de seis hombres desaparecidos después del ataque de otros asaltantes. ”Oímos balazos por allá hace unos momentos”, dijo un hombre señalando una colina cercana. “Vamos a esperar dos horas y después vamos a ir a ver a quién le dispararon”.

Como lo expresa el líder local del condado, Saudi Hassan: “Los janjaweed están usando seres humanos como blanco; matan a las personas como si fueran pollos”.

Que los criminales sean nazis o extremistas hutu o janjaweed de Sudán no quita que se trate de un crimen no solo contra las víctimas, sino también contra toda la humanidad. Se pueden obtener ideas sobre lo que se puede hacer en www.savedarfur.org, el sitio en la red de la Coalición para Salvar a Darfur, que está planeando un gran mitin en el Centro Comercial Washington el 30 de abril.

Es brutalmente desmoralizador para las personas de estas aldeas ser cazadas como si fueran bestias salvajes, que les arrebaten de los brazos a sus hijos y los avienten dentro de las chozas en llamas. Sin embargo, nuestra propia indiferencia deberíamos provocarnos la misma desmoralización. Las buenas personas en Darfur y Chad no deben sentir vergüenza, pero nosotros sí.

The New York Times News Service