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PERO, ¿SOMOS RACISTAS?

    Hace unos días, el Defensor del Pueblo durante unos encuentros educativos, presentaba un avance de datos en los que significaba que casi cuatro de cada diez estudiantes españoles están en contra de que haya inmigrantes en sus aulas. Noticia para encender las señales de alarma en las instituciones educativas, que al tiempo era corroborada por otro Informe de la Federación Española de Religiosos de Enseñanza que desvelaba que uno de cada tres padres cree que los gitanos y magrebíes deberían de ir a colegios separados, aceptando sin rubor la segregación étnica.

Estos informes que no hacen sino abundar en lo apuntado por el CIS, por investigadores como Calvo Buezas, o por quienes estamos a pie de obra, nos invitan a preguntarnos porqué tenemos rechazo al diferente y donde anida el prejuicio hacia aquellas personas que siendo de otra etnia u otro país comparten trabajo y sociedad con nosotros. Solo habría que mirar a nuestro alrededor para comprender la diversidad de gentes que trabajan y sienten como nosotros e interpretar que nuestros recelos carecen de fundamento racional.

Pero los hechos son tozudos y aunque debemos de huir de categorizaciones, alimentadas por preguntas genéricas del tipo ¿es Vd. racista?, invalidadas para interpretar problemas de intolerancia hacia el diferente, es mas cierto que un buen repertorio de respuestas sobre la convivencia entre colectivos desvelan actitudes que tienen significación discriminatoria, xenófoba e incluso racista, aunque en la mayoría de las ocasiones, nadie se reconozca como tal.

Resulta habitual encontrar explicaciones tipo: <>, o sobre la posibilidad de que una hija contrajera matrimonio con un ciudadano africano, no son pocos quienes responden que <>. Tampoco faltará quien argumente que los inmigrantes nos quitan el puesto de trabajo aunque los autóctonos tengan asumido no incorporarse a determinadas labores agrícolas, domésticas o de la construcción. Y no digamos aquellos que ven peligrar su cultura por una temida eclosión de mezquitas en nuestras ciudades.

Si éstas preguntas las hiciéramos a niños de 10 años, nos sorprendería encontrarnos con que el noventa por ciento nunca rechazaría ser amigo de un niño o niña gitana, y que en el mismo porcentaje le gustaría convivir con personas de otros países. Es más, nos sorprendería encontrarnos que masivamente rechazan la violencia, apuestan por el diálogo como método para solucionar un problema. En verdad nadie nace racista, ni xenófobo, ni violento pero, poco a poco, nos hacemos intolerantes como consecuencia de un fracaso colectivo, en especial de la política educativa y social de un país.

España, con su historia de mestizaje permanente, no es un país racista pero tampoco puede permitirse que aniden este tipo de conductas discriminatorias en sus gentes. Resulta necesario albergar la esperanza que nos trasladó Martín Luther King, cuando afirmaba que “llegará un día en que los hombres se elevaran por encima de sí mismos y comprenderán que están hechos para vivir juntos, en hermandad”.

Esteban Ibarra
Presidente
Movimiento contra la Intolerancia