Quienes Somos
Nuestras Actividades
Campañas
Publicaciones
Voluntarios
Hazte Socio
Contacta
Intolerancia
Derechos Humanos
Paz y Tolerancia
Ética y Justicia
Solidaridad y Desarrollo
Comunicación y Libertad
Inmigración y Refugiados
Pueblo Gitano
Racismo y Xenofobia
Antisemitismo
Homofobia
Terrorismo
Ultras y Neonazis
Integrismo
Pena de Muerte
Sexismo y violencia
Violencia Urbana
Maltrato Infantil
Seguridad Ciudadana
Memoria Víctimas
Editoriales
Noticias
Entrevistas
A por más
Informe RAXEN
Cuadernos de Análisis
Onda Verde
Teléfono de la Víctima
Aula Intercultural
Agenda
Foro
Chat
Hazte solidario
Tienda Solidaria

La Otra cara de China

    

El país más poblado del planeta, con 1.300 millones de personas, es también desde los años 80, la economía de mayor crecimiento del mundo con tasas reiteradas en torno al 8% del PIB. Esto maravilla a Occidente. Su potencial militar también crece espectacularmente, pero por el contrario, esto asusta. Las reformas que introdujo China en su sistema estatal de economía, orientadas hacia el mercado y con cierta propiedad privada, hizo posible en los últimos 30 años un aumento considerable de la renta per cápita, del consumo y de su presencia internacional.

La emergente superpotencia  demuestra que el progreso económico no trajo el respeto de los derechos humanos. Quienes se aferran a este determinismo, olvidan que el milagro pudo ser posible por la sobreexplotación productiva de los trabajadores chinos y las bajas rentas salariales,  miserables en zonas rurales donde no superan los 20€ mensuales o por el estado  precario de los servicios básicos de educación y salud. También olvidan la brecha de calidad de vida entre la costa y el interior, el trabajo de explotación infantil y de producción en cadena, los despidos masivos de millones de personas por reconversiones y ajustes de la producción, los accidentes laborales y los miles de mineros que mueren cada año. La dinámica de acumulación de capital, como en todo lugar donde impera la dictadura, no es corregida redistributivamente y su potencia económica  en modo alguno se orienta hacia un Estado de Bienestar.

El premio Nobel al veterano luchador por los derechos humanos, el profesor  Liu Xiabo que  cumple condena de 11 años por escribir un moderado Manifiesto pidiendo reformas democráticas en China, suscrito por cientos de intelectuales y apoyado por las organizaciones de derechos humanos, ha puesto de nuevo el problema de las libertades encima de la mesa. Irritados por su concesión, no dudaron de leer la cartilla al embajador noruego, sin comprender la independencia institucional entre el Comité del Nobel que otorga el premio y el Gobierno de Noruega. Inconcebible desde su punto de vista, se enfadaron y  tildaron de “obscena” su concesión; lo calificaron de injerencia política en asuntos internos y señalaron que el galardón formaba parte de un plan contra China. En modo alguno aceptaban reclamaciones en el ámbito de las libertades. Su obstinación nos recuerda a su predecesor, Vladimir Lenin, en una conversación sobre la dictadura del “proletariado” con Fernando de los Ríos, en su visita a Rusia en 1921, preguntándole ¿libertad, para qué?; el socialista español le contestó: “libertad para ser libres”.

Ser libres implica respetar el derecho de asociación, reunión, manifestación y la libertad de expresión, sin que te masacren como en Tianamen o te metan preso como a lIu Xiabo y a miles de opositores, sin que te arresten e incomuniquen como a su esposa  por visitarle,  sin que te persigan por  respetuosa y pacífica divergencia política calificada de propaganda criminal antirrevolucionaria , ni entres en prisión por instigación de delitos al escribir la Carta 2008 que solicitaba respeto a los derechos humanos en China.

Ser libres, como denuncia Human Rights Watchs, es acabar con el acoso a los disidentes, con el uso de la reeducación de cientos de miles de personas a las que se les somete a una esclavitud laboral forzada de 16 horas al día, con la privación de libertad sin procesos judiciales, las confesiones forzadas y la tortura, con la censura de los medios de comunicación y el bloqueo de  Internet, con la persecución de creyentes que reúsen a unirse a Iglesias controladas por el Estado, con la explotación y el trabajo infantil, con los desplazamientos y reasentamientos forzados para facilitar espacios a nuevas infraestructuras, con la discriminación de los trabajadores rurales y los inmigrantes.

Ser libres es acabar con la discriminación de la mujer, educada desde niña en la subalternidad, obligada a casarse y victima de abortos y esterilizaciones forzadas por la “política de un solo hijo”, con la represión  de tibetanos étnicos en el Tibet y de los uigures en Xianjiang,  con la ejecuciones aboliendo la pena capital en este país que realiza la mitad de las penas de muerte  anualmente en todo el mundo. La China que nos gustaría comienza por responder a la petición democrática internacional, verbalizada por Obama y la Unión Europea, de liberar a Liu y su mujer, a todos los presos políticos y respetar los derechos humanos.


Esteban Ibarra
Presidente de movimiento contra la Intolerancia