Esteban Ibarra
Al finalizar la II Guerra Mundial, tras la barbarie nazi y
la amenaza devastadora creada por el uso de la bomba atómica,
la firma en San Francisco de la Carta de las Naciones Unidas
en 1945 y el acuerdo en Par's de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos en 1948, constituyeron un paso decisivo
en la orientación colectiva de los Estados para asegurar el
respeto a los derechos y libertades fundamentales de la persona
como ideal común. Fueron momentos importantes que recogían
todo un proceso histórico de reclamaciones y de luchas sociales
contra la opresión, la miseria y represión, y de anhelos por
un mundo más justo, más libre y más solidario que datan prácticamente
desde la aparición del ser humano. Sirva de ejemplo un texto
egipcio, de hace más de 4.000 años, cuya moralidad así lo
expresaba: "Haz reinar la Justicia-Verdad mientras permanezcas
en la tierra. Consuela al que llora; no despojes a la viuda;
no prives a ningún hombre de los bienes de su padre; ... Guardate
de castigar injustamente. No mates; es inútil y perjudical
para tí."
Ese deseo de cambio en favor de unos derechos fundamentales,
reflejado históricamente por la humanidad, nos revela a su
vez el problema de fondo que es sentido como diferencia entre
lo que las cosas son y lo que deberían de ser; una diferencia
que motiva la reivindicación de cambio para que la realidad
responda a la justicia social y que, en consecuencia, hace
que los Derechos Humanos sean concebidos como un proceso continuo
de avance de la humanidad, un patrimonio común cuya gestación
va unida a su historia (de la que tenemos constancia por escrito
e incluso referencia por la tradición oral de los pueblos
que no practicaron la escritura) vinculada a esa demanda de
igualdad, libertad y solidaridad.
VARIAS GENERACIONES
Sin negar la gran aportación de Europa, especialmente al nacimiento
de la primera generación de Derechos Humanos, ser'a un craso
error pensar que estos son eurocentristas o son producto-creación
de la cultura occidental, como se afirma o argumenta desde
visiones etnocéntricas o particularistas que niegan la universalidad
de los Derechos Humanos. El deseo de atenerse a la justicia,
de no dejar que triunfe el más fuerte, el más astuto o el
más violento; el deseo de que el huerfano, la viudad, el enfermo,
el anciano, el discapacitado, el extranjero .... reciban un
trato digno, simplemente porque son seres humanos, por solidaridad
y justicia, ha sido una constante histórica, de antiguas raíces,
plasmadas en innumerables declaraciones de diversas tradiciones
religiosas, culturales y sociales, que son el precedente de
la inmensa labor desarrollada durante milenios para implantar
una vida más justa y más libre, y que se ha venido a denominar
la generación cero de los Derechos Humanos.
El concepto de generación, cuando se aplica a los derechos
humanos, responde a dos criterios, uno histórico y otro temático,
que se combinan de forma inextricable. Desde esa perspectiva
se ha generalizado la referencia a tres generaciones de derechos,
caracterizada cada una por suponer un descubrimiento y reconocimiento
de nuevas y más profundas dimensiones de la dignidad humana.
Así la primera generación hija de los ilustrados y cuyo mejor
exponente es la famosa Enciclopedia, aparece en la época de
las revoluciones burguesas y las guerras de independencia
en Europa e Hispanoamérica, entre los siglos XVIII y XIX,
y comprende los derechos civiles y políticos que consagran
principios tan básicos como los derechos a la libertad, igualdad,
dignidad, a la vida y seguridad de las personas, a no ser
sometido a penas o tratos crueles, inhumanos y degradantes,
a no ser sometido a eslavitud ... al Habeas Corpus ..., y
otros derechos que reciben con frecuencia el calificativo
de fundamentales que se recogen en el Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos.
De igual manera, la segunda generación corresponde a un periodo
de revoluciones sociales de principios de siglo, donde destaca
el papel desempeñado por el movimiento obrero internacional
y reuné los derechos socioeconómicos y culturales, reivindicaciones
que se concretan además de en la Declaración Universal, en
el Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de
1996 donde se recoge el derecho al trabajo, a la equidad,
a la salud, a la cultura ... y en definitiva a un orden social
(e internacional) propicio para la práctica de todas las libertades.
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