En la misma semana que se producía una convulsión política
por las declaraciones del veterano dirigente de ERC y de la
esposa del "President", personalmente era testigo de comentarios,
unos en un conocido programa de TV donde varias llamadas sobre
el tema de la elecciones vascas algunos oyentes expresaban
su deseo de no querer "que ganen los españoles", otros en
el aeropuerto de Barajas, esperando el vuelo de San Sebastián,
donde unos padres le decían a su hijo de cinco años con el
teléfono móvil en la mano: "llama a la abuela y dile que ya
salimos de España y vamos para casa". ¿Qué tiene el nacionalismo
que para afirmarse necesita la diferenciación excluyente e
incluso una buena dosis de xenofobia que le de coherencia?.
Todo nacionalismo alimenta un proyecto socio-político estimulado
por un sentimiento identitario al que se le confiere una situación
de permanente peligro, de miedo ante la posible pérdida de
sus señas culturales, religiosas, históricas o políticas.
Es esa matriz profunda, estimulada por el mito de la identidad
nacional y alimentada por la sensación de miedo, la que permite
reconocer la transversalidad de un sentimiento que anima a
esos oyentes y pasajeros, a dirigentes nacionalistas catalanes
y vascos, como igualmente espolea a los que salieron a la
caza del "moro" en El Ejido, Tarrasa ... y a los que dicen
"España para los españoles". El mito perverso de la identidad
nacional, cuando la pluralidad identitaria es un hecho y su
evolución una ley natural, tiene su paroxismo en el discurso
de la raza biológicamente superior, teorías que han llevado
a tragedias descomunales en nuestra historia.
Pero las perversiones no se limitan a caminos científicamente
superados, y más ahora tras comprobar los resultados del mapa
del genoma que revelan la insignificancia de las diferencias
biológicas. Las diferencias culturales, étnicas, absolutamente
lógicas por otra parte, posibilitan un nuevo campo para un
racismo que desprecia a los otros atribuyendo rasgos negativos
a su identidad étnica, a la vez que elogia las virtud del
temperamento nacional o étnico de su propio grupo. Este NEORRACISMO
se presenta muchas veces como defensor del derecho de los
pueblos a mantener su "identidad cultural". En nombre de esa
identidad, puede propugnar el aislamiento de otros grupos
étnicos, para evitar que se estropee su supuesta autenticidad,
y acabar convirtiéndose en una forma sutil o abierta de justificación
de las políticas de exclusión. Es un vector común, transversal
a todos los nacionalismos, no solo el catalán o vasco, sino
también al español, francés, británico, .. etc, el que permite
reconocer en el discurso identitario y diferencialista, posiciones
similares, sentimientos calcados, desde un Haider o LePen
con aquellos otros, de aspecto moderado, que coinciden en
anteponer la identidad diferencial o la construcción nacional
a los valores universalistas inherentes del humanismo, que
dan sentido a la condición de ciudadanía y a la cultura democrática.
Ni estaba loco Sabino Arana, ni está mayor Heribert Barrera,
ni las versiones actuales de xenofobia expresadas en la Udalbiltza
que niega los derechos cívicos a los no independentistas o
en El Ejido que instaura un nuevo esclavismo, podemos dejar
de interpretarlas como diversas manifestaciones de intolerancia,
inherentes a todo nacionalismo que se construya consagrando
su propia identidad enfrentada a los de los demás y no significando
como valor superior, la persona, el ciudadano, con sus propias
y diversas identidades. La xenofobia, que no es exclusiva
del nacionalismo, anida precisamente con fuerza en aquellos
nacionalismos que para su construcción anteponen su identidad
frente a los valores universales democráticos, frente a la
diversidad inherente a la condición humana y frente a la vida,
principio de cualquier derecho y libertad fundamental. Desde
esta matriz de la intolerancia xenófoba es posible comprender
la barbarie cultural de los talibanes en defensa de su integrismo
religioso, hasta el crimen terrorista, el genocidio camboyano
o el Holocausto. Es una cuestión de procesos sociopolíticos,
acompasados de una profunda quiebra ética de la sociedad,
lo que abre la puerta a la limpieza étnica para seguir escalando
los peldaños del horror.
Por todo ello y alguna razón más, resulta urgente sobre todo
en el plano educativo, combatir la tendencia a presentar el
respeto a la diferencia identitaria como un valor absoluto,
evitando a su vez la uniformización, y defender el universalismo
plural como el mejor antídoto frente a las derivas totalitarias
y xenófobas que siempre amenazan la convivencia democrática.
Esteban Ibarra.
Presidente
Movimiento contra la Intolerancia
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