¿ANTISEMITISMO?
¿ANTISIONISMO?
 

¿Antisemitismo? ¿Antisionismo?

WALTER LAQUEUR - 28/11/2003 - LA VANGUARDIA

W. LAQUEUR, director del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington Traducción: Juan Gabriel López Guix

El antisemitismo ha vuelto a convertirse en tema en Europa. En Estambul ha habido bombas contra unas sinagogas, en París se han quemado escuelas judías. El compositor griego Mikis Theodorakis ha declarado que los judíos son responsables de todo el mal del mundo (una afirmación modificada posteriormente). El primer ministro Ariel Sharon ha advertido de que los judíos están en peligro en Europa como resultado de la presencia de millones de musulmanes. La Unión Europea había encargado un estudio sobre el antisemitismo; pero ha decidido no divulgarlo tras darse cuenta de que resulta polémico, de que algunos (sobre todo los antisemitas) podrían ofenderse. El importante periódico árabe “Al Ahram” informa acerca de una nueva teoría conspirativa que gana predicamento en el mundo árabe: los judíos que dominan el sector alemán de la moda han decidido acortar cada vez más las faldas y ello ha conducido al declive de la moral y a la degeneración en general. La minifalda y la decadencia de Occidente... Las razones de este renacer del antisemitismo no son secretas. Han pasado sesenta años desde el holocausto; son muchos los que se han cansado y están hartos de oír hablar de él. La presencia de comunidades numerosas y crecientes de musulmanes en Europa también desempeña un papel importante. Sería muy erróneo afirmar que todos ellos son antisemitas furibundos, pero resulta igualmente equivocado hacer caso omiso de un considerable potencial de violencia por parte de los islamistas jóvenes y radicales. Al fin y al cabo, los autores de los atentados contra las sinagogas de Estambul no eran finlandeses ni noruegos.

El antisemitismo clásico procedía de la extrema derecha; sin embargo, en la últimas décadas ha invadido la extrema izquierda. Su influencia se ha dejado sentir sobre trotskistas, anarquistas, feministas y antiglobalizadores, y el antisemitismo ya no es un tabú. Illich Ramírez Sánchez, también conocido como el Chacal, acaba de publicar una autobiografía intelectual titulada “El islam revolucionario”. (Se convirtió a esa religión hace algún tiempo.)

Por supuesto, el término antisemitismo no se usa en esos círculos izquierdistas, ni tampoco se obtiene inspiración de los famosos “Protocolos de los sabios de Sión”. No tienen nada en contra de los judíos “per se”, sólo contra los sionistas. Sería una posición perfectamente legítima si eso fuera cierto; hay mucho que criticar en la política de Israel. El Gobierno de Sharon ha contribuido en gran medida a la impopularidad del Estado de Israel; bajo Rabin y Peres hubo menos ataques y fueron menos virulentos. La tendencia a tachar de “antisemita” a cualquier oposición a la política del Likud es ridícula y suicida.

Sin embargo, no es ésta la respuesta completa, porque también es cierto que detrás de los ataques contra el sionismo se esconde con frecuencia otra cosa. No se trata de un fenómeno nuevo; cuando Stalin preparó el gran pogromo durante los últimos años de su vida, las víctimas eran leales ciudadanos soviéticos, médicos, incluso viejos miembros del partido, ninguno de ellos apoyaba el sionismo. A pesar de ello, la propaganda del partido nunca mencionó el término antisemitismo, el enemigo fue siempre el sionismo. Stalin pretendía no tener nada en contra de los judíos, pero resultaba que la mayoría de ellos era (según pensaba) sionista, y el resto como mínimo sospechoso de serlo.

Es probable que constituyera un error por parte de la UE encargar un estudio sobre el antisemitismo contemporáneo. En la actual situación, la corrección política exige no fijarse demasiado en este tema. A decir verdad, resulta impopular (como ponen de manifiesto los sondeos de opinión pública) y está condenado a levantar polémica. La tarea de la UE no es buscar la verdad histórica y política, sino el máximo denominador posible. Por esta razón habría sido preferible barrer bajo la alfombra la cuestión del antisemitismo.

Ahora bien, ¿quiere esto decir que cualquiera que critique la política del actual Gobierno de Israel se convierte “eo ipso” en antisemita? Por supuesto que no; Israel no es más inmune a la crítica que cualquier otro país. Hay una prueba fácil: si un palestino que vive en territorios ocupados ve a los soldados israelíes como enemigos y lucha contra ellos, la cosa es de lo más natural, y lo mismo es cierto en relación con las simpatías de los estados árabes vecinos. Es incluso posible entender que haya centenares de manifestaciones contra Israel, pero ninguna en contra de Saddam Hussein, por más que matara un número de árabes y musulmanes centenares de veces más elevado que Sharon. Nadie se atreverá a protestar contra los malos tratos que sufren los musulmanes en China o India; son estados con más de mil millones de habitantes y resulta peligroso enzarzarse en una pelea con ellos.

Sin embargo, si políticos e intelectuales que no se juegan nada directamente en el conflicto se concentran en sus resoluciones, discursos y escritos en Israel (y sólo en Israel), si hacen caso omiso de todos los demás conflictos, guerras civiles, detenciones injustas, represiones de minorías, violaciones de derechos humanos, si de entre todos los baños de sangre y las injusticias reinantes en el mundo, sólo ven un caso de injusticia, es decir, Israel y el sionismo, entonces existen razones para sospechar que no los mueve un ardiente deseo de justicia, sino que hay que buscar otros motivos más profundos.

Hay una nueva ola de antisemitismo en Europa, sería equivocado exagerarla o minimizarla. Algunas de las razones ya se han mencionado: el holocausto forma parte de un pasado distante, la izquierda (y muchos medios de comunicación) se han visto afectados por resentimientos judeofóbicos, la agresión de los jóvenes islamistas radicales ha encontrado en los judíos un blanco oportuno. Ni que decir tiene que la política del Gobierno israelí ha desempeñado cierto papel. Sin embargo, incluso cuando se han tomado en cuenta todos estos factores sigue quedando (como observó en cierta ocasión el gran historiador inglés sir Lewis Namier) un resto que resulta inexplicable. Y lo seguro es que la respuesta no la encontrará la UE, que, sabiamente quizá desde su punto de vista, prefiere una política de silencio.

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